El señor de las sombras by Cassandra Clare

El señor de las sombras by Cassandra Clare

autor:Cassandra Clare
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ficción
editor: eBooks Xibalba
publicado: 2018-05-01T16:00:00+00:00


18

RECUERDOS DEL PASADO

Jia Penhallow se hallaba sentada tras el escritorio en la oficina del Cónsul, iluminada por los rayos del sol que caían sobre Alacante. Las agujas de las torres de los demonios brillaban al otro lado de la ventana: rojo, dorado y naranja, como esquirlas de cristal.

Su rostro mostraba la misma calidez que recordaba Diana, pero parecía que por ella habían pasado mucho más que cinco años desde la Guerra Oscura. Su pelo negro, que llevaba elegantemente recogido en la coronilla, estaba sembrado de canas.

—Me alegro de verte, Diana —la saludó, mientras le indicaba con un gesto de la cabeza que tomara asiento en la silla frente a su escritorio—. Tus misteriosas noticias nos han despertado la curiosidad.

—Ya lo supongo. —Diana se sentó—. Pero esperaba que lo que tengo que decirte quedara entre nosotras.

Jia no pareció sorprendida. Aunque, de estarlo, tampoco lo habría demostrado.

—Ya veo. Me pregunté si se trataba de la posición de director del Instituto de Los Ángeles. Supongo que querrías asumirla, ahora que Arthur Blackthorn ha muerto. —Sus elegantes manos se movían nerviosas mientras apilaba papeles y colocaba plumas en su cubiletes—. Fue muy valiente por su parte ir a la convergencia solo. Lamenté oír que lo habían matado.

Diana asintió. Por razones que ninguno de ellos conocía, el cadáver de Arthur se había encontrado cerca del lugar de la convergencia destruida, cubierto por la sangre que se había derramado por el corte del cuello y con manchas de icor, que Julian afirmó que eran la sangre de Malcolm. No había ninguna razón para contradecir la suposición oficial de que había intentado un asalto en solitario a la convergencia y resultó asesinado por los demonios de Malcolm.

Al menos Arthur sería recordado como un valiente, aunque le pesaba que hubiera sido incinerado y enterrado sin que sus sobrinos y sobrinas estuvieran allí para llorarlo. Lo cierto era que nadie más en todo el mundo sabía que se había sacrificado por su familia. Livvy le dijo que esperaba poder organizar una ceremonia en su memoria cuando todos fueran a Idris. Diana también lo esperaba.

Jia no pareció impresionada por el silencio de Diana.

—Patrick recuerda a Arthur de cuando eran niños —dijo la Cónsul—, aunque me temo que yo no llegué a conocerlo. ¿Cómo lo llevan los niños?

¿Niños? ¿Cómo explicar que el segundo padre de los Blackthorn había sido su hermano mayor desde que tenía doce años? ¿Que Julian, Emma y Mark ya no eran niños en absoluto, después de haber sufrido más que muchos adultos en toda su vida? ¿Que Arthur Blackthorn nunca dirigió el Instituto, y que la idea de que necesitaba ser reemplazado era una broma, una conspiración terrible?

—Los niños están destrozados —contestó Diana—. Su familia ha sido dividida, como ya sabes. Lo que quieren es regresar a Los Ángeles, su hogar.

—Pero no pueden regresar mientras no haya nadie dirigiendo el Instituto. Por eso pensaba que tú...

—No quiero ser yo —la interrumpió Diana—. No estoy aquí pidiendo trabajo. Pero tampoco quiero que sean Zara Dearborn y su padre.



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